Embriagador. De esas cosas que ennegrecen los sentidos y hacen que chisporroteen las ideas. Pero no como en un anuncio de navidad, sino más bien como desmantelar un ordenador. Los nervios se resisten, intento aguantar y articular un par de frases coherentes, dejar fluir mi habitual derroche de ocurrencias.
Pero nada, otra vez.
El esplendor.
El brillo.
Todo durante años.
Nada en un segundo.
Dejarme sin palabras es la mejor manera de inspirarme.