Perros.

31.1.12 § 0


Una vez le dije a alguien que la paz me aterra. El simple hecho de ser capaz de parar, de no tener excusas para distorsionar las propias percepciones, de no poder perderse, de estar quieto y estar bien. Me pone los  pelos de punta. La estabilidad. La realidad. Me horroriza. La gente buena me da miedo. Dormir sin haber caído rendida es mi peor pesadilla. La quietud...

Pero -y siempre hay un pero-

Hecho de cerveza y tabaco, de tiempo de sobras, de paseos sin principio ni final. Y yo, con mis miedos, con mi maraña de conjeturas. Tú que vives en un presente que ya llegará. Yo que me hundo en un futuro inexistente. Y me coges por los brazos, me oyes llorar y me llevas a casa. Me rescatas de mí misma,  y te grito. Te desprecio. Te odio. Estamos enfermos de noches. Tengo fracturadas las intenciones. Y las palabras se me resecan al Sol. A veces sigo siendo emocionalmente inútil a propósito. A veces me alegro de que seas capaz de meterme en una bañera de promesas calentitas. Soy inconsciente a consciencia. Me hago sufrir como el que se pellizca para despertar de un sueño. Si duele, es que existe. Pero algún día la balanza tendrá que pararse de algún lado.
Y puede que yo no tenga miedo.
Y puede que tú seas fuego.

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