Me voy. No sé dónde, pero me voy. Me voy donde nadie pueda hablarme. Dónde no escuche ningún reproche, excepto tal vez, el mar, preguntándome porqué he tardado tanto. Porqué no he escuchado a las sirenas. Porqué no he mirado ni una sola vez a las miles de bailarinas que se esconden en cada gota de su espuma. Porqué he tardado tanto en rendirme a su inmensidad, a colgarme en su horizonte. Porqué, aún sabiéndole tan inmensamente alucinante, no he dependido de él cada segundo de mi vida. El mar me pregunta porqué he tardado tanto, y la respuesta seguirá siendo siempre la misma.
Porque sigo esperando.